La razón de Estado que postulaba Nicolás Maquiavelo en su
obra “El Príncipe” señalaba la necesidad de llevar a cabo una política mesurada
y racional, cuyo elemento teleológico debía ser la consecución de un Estado
fuerte y soberano, que trajese el orden y la paz a la convulsa sociedad
florentina y a los estados italianos de aquella modernidad incipiente del XVI,
enfrascados en guerra perpetua unos con otros, y con los Borgia al frente del
altar. Y más se valiese del miedo que del amor de su pueblo, el príncipe
cristiano estaba legitimado a utilizar cualesquiera medios a su alcance para
lograr sus objetivos, siempre en aras de la susodicha razón de Estado. Es aquello tantas
veces comentado del famoso fin que justifica los medios (aunque Maquiavelo jamás
emplease esta frase).
Hace unas semanas leía una entrevista a Jon Ronson en el
diario El Mundo con motivo de la publicación de su nuevo libro “¿Es usted un
psicópata?” (Ediciones B). El famoso escritor y periodista galés, autor de la
conocida novela “Los hombres que miraban fijamente a las cabras” (que tuvo una
curiosa adaptación a la gran pantalla no hace mucho), sostiene en esta nueva publicación una
tesis muy interesante que hay que sopesar con detenimiento; el mundo está
dirigido por psicópatas.
Ronson hace
referencia, fundamentalmente, al sector financiero y empresarial para señalar
un hecho preocupante; los puestos de dirección de los grandes bancos, holdings
internacionales, corporaciones, grandes empresas y demás transnacionales están
copados por un perfil de persona muy concreto, el del psicópata. Razones de peso no
le faltan a la hora de sustentar sus afirmaciones, y aquellos que quieran conocerlas deberán
acudir a las páginas de su libro.
Aquella entrevista me hizo recordar un estudio que cayó en
mis manos hace unos cuantos años, mientras recogía información para un trabajo de
antropología en la facultad. No recuerdo muy bien quien lo realizó, ni puedo
dar más referencias de aquel estudio porque no era el tema de mi investigación,
y no me molesté en tomar notas. Ni siquiera recuerdo con exactitud la publicación
donde lo leí, creo que fue en uno de los volúmenes de la revista “Cultura y
Sociedad” que me encontraba consultando por aquel entonces. Ni me preguntéis por la
referencia bibliográfica, no lo sé, y es algo de lo que siempre me arrepentiré.
Recuerdo
que en aquel artículo se exponían las conclusiones de una investigación llevada a cabo entre varias personalidades del ámbito de la política a nivel mundial. Al parecer, los
investigadores habían tomado la escala de Hare, que sirve para medir rasgos
psicopáticos en alguien, y la habían aplicado a una muestra representativa
de seres (por llamarlos de alguna manera) dentro de este mundillo.
Tras estudiar minuciosamente los perfiles psicológicos de dichos seres, y sin
discriminar por, edad, sexo, nacionalidad u orientación ideológica, habían
llegado a la conclusión de que a medida que se iba subiendo en la pirámide del
poder el número de rasgos de psicopatía también aumentaba acompasadamente. Ni que decir tiene
que los puestos cúspide eran copados
sistemáticamente, o bien por psicópatas, o bien por individuos que se acercaban
alarmantemente a la sociopatía.
Aquello me dio mucho miedo. Recuerdo que cerré el volumen
con fuerza y lo devolví a la estantería de donde lo había sacado. Esa noche
tuve pesadillas.
Con el tiempo he vuelto a reflexionar en numerosas ocasiones
sobre este hecho, y he llegado a una conclusión simple y desoladora, la misma a la que, por otras vías me imagino, ha llegado el señor Ronson; el mundo
está gobernado por psicópatas.
Hay varias
líneas de argumentación que me llevan a aseverar esto; en primer lugar tenemos
que pararnos a pensar en qué cualidades debe cumplir alguien que esté en un
puesto de dirección de un partido político al más alto nivel. Debe ser
ambicios@, amoral, debe carecer de escrúpulos y estar dispuest@ a hacer lo
necesario, a costa de quien sea, para conseguir sus objetivos. Nadie que
ocupe un puesto directivo en un partido político ha llegado hasta ahí sin
mancharse las manos, eso es una obviedad, al menos para mí. Ganar es sinónimo de aplastar.
Para
triunfar en un mundo tan ultracompetitivo como es el de la política, donde los
chantajes, el espionaje, la paranoia, las luchas bicéfalas, tricéfalas, la
traición, e incluso el asesinato, están a la orden del día, el darwinismo social
impone que solamente aquell@s más aptos, es decir; más psicópatas, conseguirán medrar y aposentar sus culos en poltronas vitalicias. Y, amigos míos, si hay algo que un psicópata suele
ser, sobre todo un@ con cierto grado de carisma e inteligencia, es un
triunfador social. Poseen encanto, son aduladores, zalamer@s, saben a quien
hacer la pelota y cuando hacerla, lo que deben decir, lo que no deben decir. Son
astut@s jugadores de ajedrez que se ocultan tras sus alfiles esperando el
momento para atacar y dar jaque mate, da igual a quien tengan que sacrificar.
Porque, y
llegamos a la segunda parte de mi exposición, l@s psicópatas son totalmente
amorales. Vicente Garrido Genovés, en su obra “Cara a cara con el psicópata”,
describe a estos individuos como discapacitad@s morales, como individuos que,
aun sabiendo discernir el bien del mal, actúan movid@s por puro y simple
egoísmo. Carecen de empatía, carecen de responsabilidad y remordimientos. Tú y
yo les damos igual, son animales que solamente desean satisfacer su necesidad
de poder y dominación. El mundo de la política, los partidos, las agrupaciones,
todos esos maravillosos organismos, son el caldo de cultivo ideal para que este
tipo de personalidad florezca y haga carrera.
No existe, en mi opinión, nada más atroz, y que vaya más en
contra de la dignidad humana que denigrar y humillar a otra persona en público, haciéndolo, además,
para obtener beneficio personal de la destrucción de ese otro individuo, sin
importar el daño que se está haciendo o a quien se le está haciendo. Considero
que esto es un comportamiento aberrante y me repugna pensar que exista gente
que viva de hacer esto a diario, porque, y esto es lo más fuerte, l@s polític@s
lo hacen, de manera sistemática y con extrema diligencia. Investigan a sus
adversarios y llevan la cuenta de sus chanchullos, de sus intimidades. Si un rival es adultero, si esnifa coca, si fuma, si bebe, si es homosexual, si
le gustan los látigos de cuero, si ha robado dinero público (todos l@s polític@s
son corrupt@s, esto es algo que también necesito que entendáis, pero que voy a
dejar para otro post), si su hija es gótica, si su perro come cacas del suelo.
Escarban en la basura y reúnen pruebas, secretos, para después filtrarlos a los
mass media, que suelen utilizar como voceros laudatorios de sus andanzas, en el
momento en que más daño pueden causar.
Cada vez
que veo una sesión de control al gobierno me horrorizo. No se discute sobre
política, no se intenta argumentar de forma positiva y racional una medida. Se
espeta información, de la forma más asertiva y auto-elogiosa posible, se tergiversan
hechos y se insulta. L@s polític@s no hacen política, SE INSULTAN!. Es como el
patio de recreo de un colegio donde todos gritan “y tú más” (por cierto, los
niños pequeños son psicópatas, todos ellos, no tienen su inteligencia emocional
desarrollada y por eso son tan crueles).
Nicolás Maquiavelo supo definir a la perfección lo que es un
político, y lo hizo en el año 1513. El príncipe cristiano, dueño y señor de la
razón de Estado, ha ido degenerando con el devenir de los tiempos hacia una
nueva sub-especie de principitos y principitas, niñat@s mal criad@s que juegan
con el destino del mundo en sus parques de escaños y altares, y micros y notas,
y poses y rictus, y voces moduladas en falsete. No les importamos, solamente
quieren su cuota de poder y mear más lejos que el resto.
He decidido que no quiero jugar con ell@s. No les voy a dar
mi voto, a ningun@. No les apoyo, no creo en ell@s ni en el mundo que han
creado.
No me representan.
Desoladoramente de acuerdo en todo. Vamos en una escala de 0 a 10, donde el 0 sea totalmente en desacuerdo y el 10 totalmente de acuerdo, un 15.
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